«La esperanza debe ser invocada para que actúe.
Para ello construiremos un templo en lo más profundo de nuestro oído.»
Caminante París – México_Recorrido Sonoro.
Centro Cultural de México en París.
Julio – Agosto 2024.
Propuesta de Gabriel Yépez.

Foto de Gabriel Yépez
El mundo me entra por los oídos más que por los ojos. Mis relaciones afectivas se definen en buena parte por el sonido único de las voces de sus emisores mezcladas con los sonidos de mi realidad próxima. Oír siempre ha sido para mí una fuente de experiencias y saberes fundamental para orientarme en el mundo. Me sabe mal decirlo, pero hay voces y sonidos que crean abismos, que destruyen posibilidades revelando un profundo desconocimiento de las potencias de este órgano cada día más ignorado y machacado por el constante ruido de la performatividad tecnológica social. No escuchar a los demás y atender solo a lo que me reafirma, está de moda.
Hoy todo suena todo el tiempo volviendo una tarea casi imposible distinguir la negatividad de la positividad del mundo en sus tonos, intensiones, volúmenes y musicalidad, es decir, en la materia de su sonido. Si ponemos atención a la numerosa información que recibimos de lo que oímos nos daríamos cuenta que todo lo que nos rodea suena haciendo de la percepción de la realidad una cuestión mucho más compleja de lo que una mirada puede mostrar o una palabra explicar. Oír no consiste en traducir un contenido a un lengua, más bien se trata de aprender la experiencia de recibir vibraciones y frecuencias distribuidas a través de distintos rangos sonoros y melódicos.
El sonido se produce cuando un cuerpo vibra y transmite dichas vibración al medio circundante en forma de ondas sonoras. Éstas se desplazan expansivamente a una velocidad promedio (en aire) de 331,5 m/s y pueden reverberar (rebotar) en distintos tipos de superficies logrando distintos efectos de eco o distorsión que a menudo magnifican su potencia (como en una cueva o un altavoz).
Durante julio y agosto de 2024 y dentro del marco de los Juegos Olímpicos, el Centro Cultural de México en París, fue la sede de la propuesta artística del creador mexicano Gabriel Yépez, titulada Caminante París – México. Se trató de un recorrido sonoro a través del barrio de le Marais articulado como un dispositivo estético para conectar la escucha con una manera de mirar la ciudad. La ciudad entendida como una complejidad formada por una memoria material e inmaterial que excede la norma del tiempo convencional y sirve de medio y territorio a múltiples relaciones y formas de vida.
Como nos recuerda el escritor francés Pascal Quignard, las orejas no tienen párpados, pero pueden volar como dice el músico y performer español Nilo Gallego. El oído es uno de lo órganos, que junto con la nariz y la piel, conectan nuestra más profunda interioridad con la exterioridad más vasta a través de un continuo que apenas percibimos. El oído posee la capacidad de actuar en la imaginación creando imágenes instantáneas con un alto impacto en nuestras emociones, debido a que el cerebro almacena y procesa los sonidos creando asociaciones dinámicas y mutables según la situación auditiva en la que nos encontremos. Si algo suena es porque vibra y todo vibra más de lo que somos capaces de oír.
La modernidad capitalista ha sabido utilizar muy bien la potencia de los sonidos. Innumerables estudios y varias disciplinas de ámbitos distintos como la física y la música se han ocupado de arrojar luz a este campo invisible. Hoy en día, una gran parte de la población de occidente posee un dispositivo electrónico que graba y emite sonidos continuamente. Nunca antes habíamos estado tan saturados de sonidos como en la actualidad. Siempre hay algo o alguien sonando.. La hiperinflación del sonido inunda todos los rincones de nuestros días y noches manteniendo a nuestro cerebro permanentemente ocupado y exigido, y a nuestro cuerpo, agotado de vibrar debido a esa dimensión material provocada por las oscilaciones en la presión en el aire o en otros materiales como el agua, que rebotan en nuestras membranas y cavidades corporales. Si todo suena todo el tiempo, nuestro cuerpo también vibra todo el tiempo.
Dicha saturación parece inocente, pero lejos de serlo, nos ha convertido en las primeras generaciones de sordos sociales. No nos oímos a nosotras mismos, a nuestros órganos, a nuestras necesidades, tampoco a los otros, menos a nuestro entorno, y en consecuencia, sufrimos la separación, diría casi ontológica, de nuestra condición sonora como especie. Armados de auriculares incrustados en los oídos, nuestra posmoderna sociedad occidental se blinda del mundo a través esas pequeñas barreras que cancelan el ruido exterior e ignoran el sonido interior de nuestros cuerpos, reemplazándolo por una playlist, por un podcast o por cualquier emisión que nos mantenga conectadas con la saturada orquesta del mundo postcapitalista.
¿Qué es oír?¿Y cómo me trabaja lo que oigo? … me pregunto todos los días.
La modernidad hizo funcional y puso precio a la existencia. Impuso que todo tuviera un propósito y una utilidad destinando la función del oído al mero ámbito del lenguaje humano. Muchas personas creen que tenemos oídos para entendernos, olvidando que el oído también puede escuchar un terremoto antes de que este se produzca. El oído, junto al resto de los sentidos nos ofrece la posibilidad de comprender el mundo atendiendo a su complejidad, no solo en su traducción o visibilidad. Pero atareados por encontrar fórmulas rápidas no nos detenemos a oír, y en su lugar, preguntamos con urgencia ¿qué quiere decir eso? A preguntas como esta solo se puede responder escuchando, menos que interpretando.
La invitación de Gabriel consiste en caminar a lo largo de la Rue Vieille du Temple deteniéndonos en siete estaciones tituladas cada una: «Vitrinas, La Perla, Ciudad Archivo, Place Monique Antoine, Les Philosophes, Rue de Rivoli y Hotel de Ville», acompañadas por un dispositivo sonoro especialmente diseñado para este fin. Otro tipo de formato artístico, que alejado de las convenciones del arte hegemónico, nos permite ser espectadores co-autores-emancipados, rol que expande los horizontes de nuestra percepción gracias a un procedimiento que desactiva el control de la coreografía o partitura que se nos suele imponer, orientándonos hacia a las potencias del flujo, lo imprevisible y azaroso.
Caminar por el barrio le Marais, conocido por las distintas identidades que la habitan, fue entrar en otro tiempo y en otra música. Un tiempo detenido y lento que nos ayudó a descubrir lo extraordinario en aquello que podemos encontrar a nuestro paso por esta o cualquier otra ciudad, como Ciudad de México, a la que también hace continuas referencias el relato de Gabriel.
Durante el recorrido que dura aproximadamente una hora, la voz de nuestro compañero de marcha es la melodía que acompaña nuestro andar y mirar. A cada trayecto le corresponde una narración elaborada a partir de observaciones específicas sobre los detalles del barrio, su historia y memoria, unidas a reflexiones, recuerdos y alguna que otra instrucción para orientarnos mejor durante el paseo. La voz de Gabriel, que entraba por nuestros oídos, cumplió la función de médium entre un adentro y un afuera en continuo movimiento. Su música susurrada en la cueva de nuestra escucha nos cuidó y arrulló, mientras a la vez, pulsaba las cuerdas de nuestras imaginación.

Con mi móvil, internet y unos auriculares me puse en marcha una tarde calurosa de Julio, en pleno desarrollo de los Juegos Olímpicos, cuya logística había transformado todos los lugares icónicos de París en el backstage de un set de televisión. A pesar de esto, el barrio le Marais era un remanso de tranquilidad poco concurrido y deliciosamente apacible. Pulsando uno a uno los audios en las estaciones indicadas en la web del proyecto, que sirve de apoyo entregando las referencias geolocalizadas junto al mapa del recorrido, me dejé llevar de oído a lo largo de la Rue de Vieille-du Temple hasta la Place de l’Hôtel de Ville. ( https://caminanteparismexico.com )
Después de un «Preámbulo», que es con lo que parte el recorrido sonoro y escucho fuera del centro cultural de México en París, doy play al primer audio titulado «Vitrinas». Ver y ser vistos podría ser una definición de lo que es una vitrina. A lo que se podría añadir la influencia que ha tenido la tradición teatral de la ciudad de París en la construcción de la mirada social y en la particular manera en la que los comensales de cualquier terraza de bar se sientan mirando hacia su ciudad para que su ciudad les devuelva la mirada. Esa misma mirada que Gabriel invita a que posemos en lo que hoy es el Museo Pablo Picasso, también conocido como el Hôtel Salé, donde nos cuenta la trágica historia de la pintora surrealista Leonor Fini, recordándonos que el relato patriarcal ha dejado en la invisibilidad la memoria de numerosas y valiosas mujeres .
La siguiente parada es «La Perla» un café típico francés con sus mesas y sillas orientadas hacia la calle y su toldo color rojo tinto, donde en 2011 el diseñador de moda Jon Galeano, jefe de La Casa Dior, agredió a una pareja de extranjeros. En los años 70′ el barrio de le Marais comenzó a adquirir su actual y diversa identidad Lgtbiq+, un ejemplo de convivencia que, aunque no está exenta de tensiones, resiste a la intolerancia con el florecimiento continuo de la diferencia.

«Ciudad Archivo» es la estación siguiente. Casi frente al bar se encuentra un edificio con un hermoso portal en los que se guardan los archivos nacionales de París. Gabriel nos introduce en este espacio llevándonos a imaginar que el archivo se amplia a la propia ciudad donde en cada rincón podemos encontrar algo que recuerda a las miles de personas que con sus vidas también han contribuido a la memoria de este territorio. La ciudad como un archivo vivo que no solo se puede percibir, que también se puede imaginar. Pero que la homogeneización de la apariencia de las ciudades, con tiendas de las mismas marcas que se pueden encontrar en cualquier otro país, amenaza con desactivar la singularidad de dicha memoria. Esta igualación de la experiencia de estar en las ciudades aplana y desactiva lo que ellas ofrecen más allá de lo que nos puedan vender, como el pequeño espejo de varios ángulos que me encuentro en lo alto de un edificio y me invita a pensar en las distintas caras de una misma identidad.
El recorrido continua atravesando la Plaza de Monique Antoine, abogada y militante feminista de la lucha antirracista. Más adelante, aparecen Paul Auster y su personaje Ana Blomm de «El país de las últimas cosas», enlazada con reflexiones sobre la actual situación política de México.

«Les Philosophes» la quinta estación, es un cafecito que hace esquina con la callecita del tesoro donde al fondo hay una fuente llena de enormes y verdes plantas. Antes de llegar ahí, me detuve en la heladería Amorino donde compré un helado de pistacho con mango para refrescarme del calor. Me senté a saborearlo bajo la sombra de uno de los árboles, junto a la terraza del café. Fue entonces cuando una pareja de franceses que pasaba por ahí se fijaron en mí saludándome animadamente con el tradicional: «Bonjour, ça va bien?» A lo que respondí igualmente animada: «Oui, très bien!». Esas dos frases fueron suficientes para iniciar una amena conversación con ellos que se prolongó hasta el atardecer. Su acogedora charla me hizo sentir una vecina más del barrio le Marais. Es fácil recuperar la esperanza en la capacidad que posee el ser humano de construir lazos después de un encuentro azaroso como el que narro. Aunque sea efímero, aunque nunca más los vuelva a ver, por largo tiempo sus rostros y el sonido de sus voces quedarán en mi memoria como parte de una experiencia única.
Sigo por la avenida de Rue de Rivolí construida por mandato de Napoleón Bonaparte, cuestión que me hace tomar conciencia de la cantidad de hechos transformadores que han ocurrido en los últimos siglos. Al respecto, la ciudad de México y París tienen muchas cosas en común. En 1968 ambas ciudades compartieron contextos similares como los movimientos estudiantiles. No olvidamos el cruel asesinato de estudiantes en Tlatelolco, México, a manos de la policía, así como tampoco el levantamiento estudiantil de mayo de ese año ocurrido principalmente en París que no solo influyó a los franceses, también a todas las generaciones venideras como la mía.

Tirando de numerosos hilos el paseo continuó tejiendo su relato. «Aún cuando estamos estáticos, nos estamos moviendo», dice Gabriel mientras suena el estribillo de Space Oddity de David Bowie, compuesta en 1972 y que todavía posee la capacidad de emocionarme mientras continuo moviéndome hacia el último punto.
Finalmente llego a La Place de l’Hôtel-de-Ville – Esplanade de la Libération o simplemente Place de l’Hôtel-de-Ville. Es de noche. La plaza, que durante los juegos olímpicos ha sido implementada para dar cabida a una serie de pruebas deportivas, es el último punto del paseo. Actualmente, en este edificio se administra la ciudad de París con la aportación de los ciudadanos. Debido a su proximidad con el río Sena, esta zona fue un puerto comercial importante para la ciudad a partir de los siglos IX y X. Al ser originalmente una una explanada, también fue escenario de diversas situaciones políticas como enjuiciamientos, ejecuciones públicas o quema de libros. Como anécdota, la primera ejecución por guillotina ocurrida durante la Revolución Francesa tuvo lugar en esta plaza antiguamente llamada Place de Gréve, que significa «terreno llano de grava». Fue en 1357 cuando se adecuó finalmente como sede del ayuntamiento en funcionamiento hasta la actualidad.
Es emocionante culminar el paseo en un punto con tanta connotación pública e histórica. El ágora (en griego: lugar abierto para la reunión) es el corazón de este cuerpo-ciudad, un espacio en el que confluyen las emociones, donde son razonadas, organizadas y convertidas en ley. Pero de igual manera, es el lugar donde se manifiestan con todo su temperamento y capacidad de transformación. En el ágora nos confirmamos como seres políticos participando activamente en la creación y mantenimiento de ese orden del que somos parte responsable.
Para todos los que compartimos la experiencia de la condición extranjera sabemos lo importante que son las ciudades. Ellas son las primeras en recibirnos cuando hemos dejado nuestro hogar atrás enseñándonos algo nuevo en cada esquina y rincón. Las ciudades nos acogen o nos rechazan, nos abrigan o nos sofocan, nos ilusionan o nos decepcionan. Son nuestras aliadas para desenvolvernos en la difícil tarea de ser parte de algo mayor a nuestra individualidad y pertenencia geográfica. Las huellas que deja una ciudad a un extranjero -que no turista- son imborrables, así como parte de su memoria es nuestro actuar en ellas. Una relación en la que nos afectamos mientras estamos afectando. La ciudad se imprime en la subjetividad individual y colectiva demostrando el fuerte e invisible vínculo que existe entre lo material y lo inmaterial que organiza la coreografía de lo social que bailamos diariamente.
Quinard dice que el sonido es inmaterial, que franquea todas las barreras e ignora la piel. Yo agrego que un sonido es el alma de una ciudad, capaz de ensanchar sus horizontes más allá de lo que vemos profundizando la experiencia de estar en el mundo. El oído es un templo donde la existencia se nos manifiesta vibrando.

He querido compartir algunas de las muchas cuestiones que surgieron a partir del recorrido sonoro para poner en valor el tipo de experiencia que producen formatos artísticos como este, alejados de las rígidas convenciones escénicas. En vez de entrar al oscuro edificio teatral, aceptando el pacto de silencio e inmovilidad al que nos invita, un paseo sonoro, en cambio, nos saca al mundo y a lo inesperado. Como espectador participo del acto de crear a partir de una escucha natural y sin esfuerzo. La obra se hace a través de mí en la medida en que me muevo con ella dejando que ella actúe sobre mi imaginación. Mi imaginación responde in situ (situada) creando nuevas asociaciones entre mi subjetividad y la de la ciudad, conectándome al mundo desde nuevas perspectivas. Lo que resulta es una experiencia estética emancipada que no está custodiada por los protocolos procedimentales ni estéticos de los formatos convencionales que controlan la experiencia del espectador de principio a fin.
Caminé de oído junto a Gabriel emocionándome con aquello que me contó y surgió entre su mirada, su voz y mi mirada; entre mi imaginación situada, los pequeños y grandes detalles de sus muros y mi lento y gozoso andar por el barrio le Marais, que en esta ocasión, sirvió de templo en los más profundo de mi escucha.
equipo creativo
Creación y narración: Gabriel Yépez.
Producción: Elizabeth Maillard. @esa_esshe
Arte sonoro: Enrique Luna. @enrique_luna_musico
Acompañamiento creativo: Luis Alberto Rodríguez. @luisalbertorodriguez87
Creación y diseño web: Paulina Chamorro. @paulkleena_paulinachamorro
Traducción al francés: Agnès Yobregat.
Diseño gráfico: Adriana Maga @turquoise_in
Un proyecto de Demiurgos. Pensamiento y creación en artes vivas en colaboración con Luis Javier de la Torre. @rutamex68