Llevo algunos días mentalizando esta fecha.
Avisando a mi cuerpo sobre lo que haremos este día.
Viernes 19 de febrero de 2021.
Seguimos en pandemia.
En este contexto, el Festival Sâlmon realiza una versión híbrida que mezcla directo y streaming, desplegando una estructura conceptual y programativa llamada plató de televisión, que ensayará (practicará) con las posibles fricciones y encuentros que se produzcan entre lo vivo y lo virtual, entre el cuerpo y su proyección, entre las butacas y los salones de casa, entre las presencias y las ausencias.
Mi intención es ver todo lo que está programado en el día de hoy.
Todo, de principio a fin.
Más o menos nueve propuestas. Al rededor de 5 horas de atención continuada en una pantalla.
Mi cuerpo lo está deseando.
Porque yo también voy a ensayar cómo se las baila mi cuerpo con esta propuesta.
Esto es un experimento. Una hipótesis.
Un tiempo para hacer mediciones y observar cómo se comporta mi cuerpo delante de un visionado que me interesa y al que estoy dispuesta a seguir con toda mi atención.
Soy espectadora todo terreno del directo, pero después de meses de estar pegada a una pantalla, enclaustrada, no estoy segura de portarme tan bien en este streaming. No obstante, de eso se trata, de hacer un zoom a mi cuerpo dentro de esta modalidad online.
Este experimento comienza con una situación establecida bastante clara: no veo tele; no me gusta. Trato de pasar el menor tiempo posible enganchada a una pantalla. Y siempre escogeré ver las cosas con el cuerpo que a través de una interface. Soy carnívora, me gusta la carne en directo.
Porque en todo este entuerto en el que las programaciones de los teatros se han visto empujadas a pasar sus obras por internet ¿alguien ha pensado en los espectadores? ¿qué lugar ocupamos en esta ecuación?
¿Han dado por hecho que si podemos con el directo podemos con el streaming?
Me parece que llegamos a algunos sitios sin saber siquiera quién viene con nosotras, y peor aún, si quieren venir. Los programadores de los teatros están decidiendo muchas cosas que tienen que ver directamente con nuestro cuerpo de espectador, pero nadie nos ha considerado de otra manera que no sea lo de siempre: como clientes. Es decir, compramos lo que nos venden. Así parece que tenemos el control, pero lo que sucede realmente es que estamos pagando por un proceso de adaptación en el que no tenemos nada que decir. Estamos más acostumbradas a someternos que a construir juntas las maneras de estas formas de encuentro.
Porque nadie nos ha preguntado cómo se nos queda el cuerpo después de un streaming!
Para muchas la respuesta es conocida (preguntar a las profesoras). Pero que yo sepa, esta información nadie nos la ha pedido así que doy por hecho que no ha sido incorporada como un factor más a tener en cuenta en el desplazamiento que se está produciendo desde el directo a lo virtual.
En esta hoja registraré mi comportamiento corporal, y quizás somático, durante toda la programación de hoy.
15 horas España, 11 horas Chile, tengo preparado el computador.
Es pequeño, con una pantalla de 11 pulgadas (primera cuestión rara: ¿por qué estoy pensando en las pulgadas de mi pantalla? Esa cuestión no es importante para mi).
He decidido que veré todo sentada en mi escritorio donde al menos hay luz natural. Eso es una ventaja. Si estuviera en el directo estaría dentro de un teatro a oscuras.
Me siento y de inmediato recuerdo que mi silla no es la adecuada.
Audífonos para escuchar bien.
Mirada sobre la pantalla.
Comienza.
Lo primero es Sorollar.
Dura 10 minutos.
Cuerpo bien.
Ojos frescos aún.
Espalda sin molestias.
El cuello rígido, pero reaccionará con unos pocos estiramientos.
Sigue Telenovela, capítulo 2.
Entra el primer wsp que me distrae.
Dejo de atender a lo que dicen las performers porque mi cerebro tiene más práctica en el enganche con el wsp que con el Sâlmon, así que mi cerebro se va por lo conocido y escoge wsp.
Pero como no quiero perderme lo que está pasando en la Telenovela me pongo tensa tratando de dividir mi atención de forma equitativa. Pierdo. Esto hay que practicarlos más veces.
Mientras wasapeo, mis ojos van de una pantalla a otra, con el consecuente mareo y una pusilánime atención a lo que está pasando en ambas pantallas.
Por primera vez me planteo si debería hacer lo mismo que en un teatro, apagar el teléfono durante cinco horas. Decido que no lo apago porque no puedo dejar de atender a mis cosas por ver un festival online. Esa ausencia de materialidad de lo online es la causa de que una se sienta realizando una actividad incorpórea, sin peso o densidad, sin gravedad, sin tierra, que se escapa por todas partes, ingrávida, disuelta. El compromiso de estar dentro de un teatro no tiene nada que ver con el compromiso de estar viendo lo que pasa en un teatro virtual. Siento que de hecho, no hay compromiso posible porque no hay situación, ni lugar, ni otros que sirvan de espejo. Desde casa mi compromiso es con nada. En un teatro, en cambio, mi compromiso es con la totalidad del hecho.
Dejo encendido el teléfono en modo vibración, pero a mi lado porque lo atenderé varias veces en las siguientes horas.
Parece una tontera, pero en esto hay un dilema complejo relacionado con la calidad del pacto que adquirimos cuando aceptamos ver un trabajo, con o sin edificio teatral de por medio, cuando nos entregamos al encuentro directo con los cuerpos, las luces, los sonidos, el espacio, las otras cuerpas.
Termina Telenovela y no estoy segura de haberla apreciado como se merecía. En mi cabeza se mezclan las frases del wsp y las de los performers. Pura contaminación.
Viene Teatron. Eso me interesa.
Me esfuerzo por concentrarme. Me interesa.
Pero el interés conlleva algo de tensión que comienzo a sentir en la nuca.
Debe ser la silla o mi postura.
No llevo mucho tiempo en esto y ya estoy sintiendo el cuerpo más de lo que quisiera.
No estoy cómoda. En casa no hay una silla tan cómoda como una butaca.
Sigo. Me concentro.
La luz del sol se posa sobre mi escritorio y no puedo evitar disfrutar de esa ínfima belleza.
He vuelto a perder la continuidad del streaming.
Dos realidades pugnando por mi atención. La luz del sol v/s Teatrón. Qué duro es esto!!!
Por primera vez hago unos movimientos para relajar el cuello, primero a la derecha y luego a la izquierda. Y haciendo esto paso sin darme cuenta a la siguiente obra.
Visiones
…
Me levanto a la cocina por un vaso de agua y fruta.
¿Algo en mi está haciendo una pausa? Yo no lo he autorizado, no todavía.
Me desconecto. Me desconecto ¿para recuperarme de cierto extravío que produce la pantalla?
Regreso de la cocina.
Observo la pantalla color rosa frente a mi, pero mis pensamientos están en otro sitio en el que tampoco estoy del todo.
Mi cuerpo no está sentado totalmente. Estoy como si fuera a levantarme en cualquier momento, media cadera fuera de la silla, tensión en el gemelo derecho que contrapesa la cadera que no se apoya en la silla.
Desconexión. Mi cuerpo no consigue conectar con Sâlmon.
Houston?
Me escucha Houston?!
Renuncio. Diré que vi Visiones, pero en la práctica no me enteré de nada. ¿Habrá sido esa voz melosa de cuento infantil?
Dejo que mis caderas se deslicen hacia abajo de la silla, estiro las piernas por debajo de la mesa y cruzo los dedos de las manos detrás del cuello.
Comienzo a sentir cierta presión en mis lumbares.
Escojo esta postura para comenzar a ver la pieza de Nazario Díaz que se titula “Háblame cuerpo”.
Ad-hoc con mi experimento.
Pero en esa postura no duro ni un minuto y vuelvo a la postura normal. Cadera pegada al respaldo de la silla, espalda recta, mentón ligeramente hacia el pecho para liberar las cervicales de cualquier tensión; ojos, mejillas, labios relajados pero atentos. Hombros abajo y atrás. Brazos extendidos sobre mi cuerpo, palmas de las manos apoyadas en mis muslos con las palmas hacia arriba, las plantas de mis pies paralelos tocan el suelo.
Los primeros planos del cuerpo de Nazario por streaming supervisan mis propios primeros planos.
Cuando el plano está en los labios de Nazario, aprovecho y observo cómo están los míos.
Pero si miramos movimiento se produce sensación de movimiento en quien mira y es imposible evitar que se desencadenen micro-movimientos por kinestesis. Así que mi boca prácticamente esta siguiendo el movimiento de la boca del performer.
Me doy cuenta de algo que ya se: la implicación siempre es corporal o afectiva. Y a continuación lo verbalizamos o declaramos como gesto cognitivo.
La implicación que estoy experimentando en estos momentos, al ser física, crea un estado, que en este caso percibo como levedad. Con ello, consigo seguir la línea de la propuesta y que mi cuerpo y mis pensamientos me acompañen.
No hay tensión -no pienso en ella.
No hay presión lumbar -no pienso en ella.
Estoy respirando bien -sin esfuerzo consciente.
…
Pero sin darme cuenta he comenzado a hacer dibujos en una hoja.
¿Dibujitos? ¿y esa disonancia de dónde sale?
Jamás haría dibujitos si estuviera en una sala de teatro o de música.
La idea de que estoy perdiendo el tiempo y que debería estar trabajando en algo úitl, me asalta y me inquieto otra vez.
Es cuando extraño enormemente esa maravillosa sensación de relajo que me produce estar en un teatro viendo una obra. Relajación que se produce porque sé que no puedo hacer otra cosa que estar ahí, en eso, sin más.
Estoy de pie cuando comienza Psycho.
No aguanto estar sentada.
El cuello me molesta.
La espalda aprieta.
Además aparece una leve presión en los ojos que siento cuando paso varias horas seguidas frente al computador. No es una sensación agradable y menos cuando es el principal sentido receptor para estar en el Festival!
A la mitad me siento otra vez, pero me desparramo sobre la mesa.
Ya no consigo sentarme cómoda y normalmente.
Una orquesta de micro molestias corporales suena a baja intensidad.
¿Cómo estarán los cuerpos del directo? ¿Alguien se habrá dormido?
Ahora, siento la soledad del streaming y deseo estar en esa sala entre más personas contando focos o contando dormidos.
Continuo desparramada sobre la mesa y me duermo.
De fondo escucho en fade out: pelo en pecho, cámara, reloj de oro, plano, pared, palmeras verdes, sujetador, chaqueta, espejo, susurra, tabaco, flores, ventilador…..
Lo siento! me dormí.
Despierto con mucha hambre porque en este lugar del planeta casi es hora de almorzar.
Pero decido seguir con este experimento y superar las cinco horas y después comer.
No soy alguien que le distraiga el hambre, pero es difícil ignorarlo cuando mi cuerpo no está en lo que tiene que estar y realmente está donde sí puede comer.
Pienso en las sintonías. Si estoy poniendo el cuerpo en un teatro, estoy ahí, y la idea de comer queda lejos, como lejos está la comida que podría alimentarme. Así que ni cuerpo ni mente se alinean con eso. Pero si es al revés, que estoy poniendo virtualmente mi cuerpo en un teatro, pero realmente estoy cerca de la cocina, mi cuerpo lo sabe, sabe lo cerca que está de comer y lo lejos que está de los sonidos y los peces de Silvia Sayas.
En este experimento están ganando las disociaciones forzosas.
Una coreografía de disociaciones imposibles.
Un estar sin estar.
Una mala copia de un original. No soy la misma espectadora.
Una pretenciosa representación sin cuerpo. Yo como si estuviera ahí.
Extrañamiento en cuerpo y alma.
Pérdida de sentido.
¿Qué hago yo mirando hace 4 horas una pantalla?
¿Qué hago yo pretendiendo que estoy en el Mercat cuando estoy en la otra punta del planeta?
Tengo sensación de zombie en todo mi ser.
Algo como estar muerta en vida, como si fuera un fantasma que está pero nadie ve. Un estar pero anulando el directo. Es esquizofrénico porque muteamos la propia existencia con sus signos vitales para estar virtualmente en otra cosa que no está aquí. A eso y más cosas raras se parece ver las cosas por streaming.
Pienso que el cine triunfa porque el factor inmersivo es decisivo para que el cuerpo y los pensamientos propios desparezcan y dejen espacio a esa otra experiencia de extravío y deriva en mundos fantasma.
Pero no escogí dedicar mi vida al cine sino al teatro donde la inmersión nunca es total porque todas las presencias son reales, vibran, sudan y se tocan en el espacio, siempre cerca de lo real (aunque una parte sea escenografía; esté cocinado). Si la convención dice que es posible crear inmersión completa en el teatro, basta un aroma o un foco que pasa por encima de ti para sacarte de la inmersión…y eso es brechtiano.
La verdad es que no estoy nada conforme con la experiencia. Ha sido difícil mantener la concentración. El diálogo constante por adecuar mi cuerpo a lo que estaba viendo ha sido molesto y distractivo. He luchado en varios momentos con el impulso de dejar de ver el festival y ponerme a hacer algo útil. ¿Por qué no es útil ver un festival online?
La sesión de este día, el día de mi experimento, termina con un señor cantando a gritos en catalán dentro de una pantalla y con mi cuerpo un tanto adolorido y hambriento fuera de la pantalla, pero dentro de una habitación, en un viernes de verano.
Son cerca de las tres.
ALE la del frente.